Opinión · Trabajar cansa
A ver si me curo del antisemitismo
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“España tiene una larga e infame historia de antisemitismo, anterior a la Inquisición, y que dura siglos desde la expulsión de 1492.” -Editorial de The Jerusalem Post-
Yo pensaba que mi indignación por las continuas agresiones de Israel a los palestinos obedecían a un sentimiento de solidaridad y justicia, pero qué va. Mi problema es que estoy enfermo. Me lo han diagnosticado los expertos médicos de la embajada israelí en España, y el influyente diario The Jerusalem Post, que hace unos días publicó un editorial titulado “La enfermedad española”.
Me temo que no tengo cura, pues no es algo infeccioso ni hay vacuna, sino que parece ser una malformación congénita que compartimos los españoles por nacer aquí, y que arrastramos desde hace siglos, con frecuentes episodios agudos.
Según las autoridades israelíes, en el último mes los enfermos hemos sufrido una crisis de las gordas, y mencionan varios episodios: en primer lugar, la embajada protestó ante el gobierno hace un par de semanas, después de recibir varias docenas de cartas enviadas por escolares españoles -que tan pequeños ya mostraban síntomas del mal-. Entre otras cosas, algunas cartas acusaban a Israel de matar niños palestinos. Ya ven lo fuerte que pega la enfermedad.
El segundo episodio fue una escultura exhibida en Arco, que aparentemente atacaba a las tres religiones monoteístas, pero que era obra de un artista igualmente afectado por la enfermedad. Y el tercero, la reunión en Barcelona del Tribunal Russell para Palestina, cuyas conclusiones suponen una dura condena de las sucesivas acciones de Israel, incluida la terrible operación “Plomo fundido”.
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Así que ya saben. Si ustedes, por ejemplo, se sienten indignados por la decisión israelí de construir más asentamientos en territorio palestino, o todavía no se han recuperado del horror que fue el último ataque a Gaza, háganselo mirar, métanse en cama bien abrigado, y esperen a que se le pase.
Eso sí, no a todos los españoles nos afecta por igual la enfermedad. A los gobernantes, por ejemplo, les suele dar leve, como un catarrillo. De ahí que nunca vayan más allá de llamamientos a la paz y al diálogo, y alguna petición educada de alto el fuego cuando se les va la mano.
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