Opinión · Trabajar cansa
11-S: de una guerra a otra
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Hoy, 11-S, recordaremos a los tres mil muertos de los atentados de 2001, y su merecido recuerdo tapará otras víctimas y otras consecuencias que también debemos recordar tras una década de “guerra contra el terrorismo”.
En primer lugar, claro, los miles de muertos de Afganistán e Irak, y los millones de ciudadanos de ambos países que hoy sufren unas condiciones de vida y de seguridad mucho peores a las que tenían antes de ser “liberados”, y que no pueden ser anotados en la cuenta de los terroristas, como tampoco los detenidos ilegales, los secuestrados por la CIA o los torturados.
Pero sin pretender equipararnos con todas esas víctimas, también debemos incluirnos nosotros en el balance del 11-S a diez años vista: la coartada antiterrorista sirvió para que renunciásemos a parte de nuestros derechos y libertades, con el argumento de que era por nuestro bien, para protegernos. Sin el 11-S no habríamos aceptado tan fácilmente ser vigilados, espiados, controlados como hoy lo somos, ni por supuesto habríamos admitido que nuestros protectores invadiesen países y creasen cárceles secretas. Sólo el impacto del 11-S y el posterior clima de terror, magnificado a menudo por gobiernos y medios, explica nuestra sumisión.
Hoy ya no estamos tan asustados por el terrorismo internacional, entre otras cosas porque han llegado otros miedos a ocupar su lugar: los miedos económicos. Pero la trampa es la misma: como desde el crack de 2008 vivimos aterrorizados, aceptamos de nuestros salvadores todo aquello que, de no estar acogotados, no habríamos tragado: recortes y reformas antisociales, dinero público para salvar bancos, mordiscos irreparables al Estado de Bienestar, reformas constitucionales.
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Protestamos, sí, pero sigo pensando que nuestra protesta no está a la altura del ataque sufrido, y es por eso: porque igual que antes veíamos con resignación que nos controlasen las comunicaciones, nos humillasen en los aeropuertos o nos pudiesen detener sin motivo, porque era para protegernos de la amenaza terrorista, hoy también vemos con fatalismo cómo desmontan los últimos restos de todo aquello que costó décadas levantar.
En los balances que hoy se hacen del 11-S hay un aroma de fin de partida, de época ya cerrada. Aunque no esté del todo finiquitada, hemos dejado atrás la guerra contra el terrorismo e ingresamos en la guerra económica.
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