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Opinión · Traducción inversa

Religión versus espiritualidad

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  No deja de resultar paradójico que, conforme la Iglesia católica vaya perdiendo poder en la sociedad, su presencia mediática sea mayor. A día de hoy, cuando sus templos escenifican el taciturno panorama de los bancos vacíos, el sermón se ofrece ya directamente a través de los informativos. La jerarquía eclesiástica nos acusa de herejes, de asesinos (sic), de pervertidos morales y otras lindezas no desde sus púlpitos –donde casi nadie les escucha- sino en muy frecuentadas ruedas de prensa. ¿Qué es hoy un obispo sin un periodista delante? No se resignan, por supuesto, a gestionar el más allá: es el más acá lo que les priva. Puede que posean muchas hectáreas en el cielo, pero donde esté una hanegada de tierra firme…

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  Algo ha ido mal con este invento de las religiones. Veo a la gente muy confundida. Es obvio que está en nuestros genes el anhelo de trascendencia, las dudas escatológicas, la necesidad –en suma- de algún nivel de espiritualidad. El problema comienza cuando dejamos que estas necesidades básicas sean tramitadas por individuos que se arrogan la prerrogativa de gestionar lo incorpóreo y presuman de interlocución directa con Dios. “Dios” no les dice nada, claro (ni a ellos ni a nadie: consuélense). Pero ellos hacen como que reciben sus órdenes y luego las interpretan siempre contra la libertad individual, contra el cuerpo, contra el sentido común. Hay que desenmascararlos. Hay que volver a santificar los pequeños detalles de la vida cotidiana y construir una espiritualidad sin dogmas crueles. Hay que buscar la intimidad con el mundo para escarnio de los farsantes.

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