Opinión · Traducción inversa
Elogio de "59 segundos"
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Veo poca televisión. Digo esto no con arrogancia intelectual, sino con la humildad del que ya está en “il mezzo del camin” de la vida, y es avaro con todas las horas de sus días. Veo poca tele y, sin embargo, nunca olvido dejarme caer por ese estupendo programa de debate en TVE, 59 segundos. Creo que esta exitosa ceremonia plural de los micrófonos eréctiles es una metáfora bastante representativa de la nueva etapa de la televisión pública, tras el entierro de Aznar y sus muchachos en 2004. No hay que olvidar que el ente venía de los desmanes de Urdaci y de la sensación enquistada en la clase política de que la tele era del partido que ganaba las elecciones. Recordar aquí, en ese sentido, a José María Calviño tampoco es improcedente. Eran los tiempos en que Alfonso Guerra se jactaba de controlar Prado del Rey.
Puede parecer normal que en una tertulia política las fuerzas ideológicas en contraste estén en igualdad de condiciones. Es normal en 59 segundos y en TVE, pero sólo hay que ver las costumbres implantadas en las televisiones autonómicas que controla el PP para darse cuenta de que la derecha tiene un sentido muy particular de la neutralidad en los medios públicos. De hecho, los debates en esas televisiones (Canal 9 y Telemadrid, en concreto) son también muy plurales: suelen enfrentar a cuatro o cinco ultraconservadores encantados de haberse conocido con uno o dos representantes progresistas. Lo que se llama un perfecto equilibrio ideológico.
59 segundos fue un éxito en seguida, ya en la época en que lo presentaba Mamen Mendizábal. Su imparcialidad fue la garantía de su share, y la prueba de que colmó las preferencias de los telespectadores es que otros canales corrieron a programar debates, a menudo en la misma franja horaria. Eso nos permitió contrastar la diferencia entre una tertulia plural moderada con profesionalidad por Mendizábal –o, más recientemente, por Ana Pastor- y esas ceremonias donde Isabel San Sebastián o cualquier otro rostro avinagrado se regodeaba con discípulos compitiendo a ver quién se queda el título de ultramontano del año.
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La cuestión, simplemente, es por qué la derecha le tiene ese miedo cerval a la libertad de opinión. Ellos, los “liberales”.
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