Opinión · Traducción inversa
El club de los 27
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La muerte de Amy Winehouse volvió a poner de actualidad ese extraño, exclusivo y escatológico club llamado “de los 27”. Se trata, como supongo que todo el mundo sabe, de la asombrosa coincidencia a la hora de morirse que protagonizaron una serie de estrellas del rock & roll. Grandes y prometedoras figuras de la música moderna, en efecto, fallecieron exactamente a los 27 años de edad. Empezó el cantante de blues Robert Johnson en 1938 y luego siguieron el guitarrista de los Rolling Stones Brian Jones (†1969), el desmesurado e inigualable Jimi Hendrix (†1970), la extravagantemente fronteriza Janis Joplin (†1970), el guapo Jim Morrison (†1971), el líder de Nirvana Kurt Cobain (†1994) y –last but not least- la desdichada Amy. Incluso la música española puede presumir de su pequeño club. Al fin y al cabo, Cecilia (seudónimo de Evangelina Sobredo Galanes) murió a la edad adecuada en 1976, pero es que tres años antes fallecía Nino Bravo (Luis Manuel Ferri Llopis) de un accidente automovilístico en la carretera Valencia-Madrid, a los 28 años cumplidos. La muerte le proporcionó un año de tregua.
Las coincidencias me interesan lo justo. Es obvio que el tipo de vida que llevaban algunas de estas estrellas (no todas, sin embargo), las abocaron al trágico desenlace. Más que coquetear, algunos de ellas se casaron con las drogas por la Iglesia. Y la noche de bodas les deparó una sorpresa demasiado especial. Tampoco –es obvio- vamos a entonar ninguna clase de moralina al respecto. Lo único interesante, ya, es evaluar hasta que punto la leyenda construida con los cascotes de esas muertes en plena juventud puede compensarlas, finalmente. “Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver” es un macabro propósito que se atribuyó a James Dean (muerto a los 24, por cierto). En realidad, la frase forma parte –si no me fallan las fuentes- del diálogo de la película Knock on any door, de Nicholas Ray, pero da igual. El programa es suficientemente sugestivo.
¿Cuántos del club hubieran acatado la sentencia en pleno uso de sus facultades si hubieran podido cercionarse de la clase de fama que les esperaba tras el deceso? Puede parecer cruel, pero no olvidemos que estamos hablando del arte. Dentro de cien años, se recordará a Amy Winehouse por sólo un puñado de grandes canciones silabeadas por una voz de muchos octanos. Y el precio era ése.
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