Opinión · Traducción inversa
Un hombre feliz
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Hay un hombre en España que es feliz, inmensamente feliz. Se ríe de la crisis, de la prima de riesgo, del mal ambiente político. Me lo imagino ahora, disfrutando de sus larguísimas vacaciones, mientras acaricia el retorno al trabajo –a su verdadero trabajo- para dentro de unos meses. Su oficio, digámoslo así, es cruel pero necesario. Alguien tiene que dar la cara por el jefe. En un país tan individualista, rojo y ácrata como este, alguien tiene que procurar las verdades oficiales, administrar un poco de cohesión informativa. Este hombre se ocupa de eso: de presentar un telediario y procurar que la realidad no le estropea un par de buenas consignas. Este hombre es Alfredo Urdaci.
No puede haber nadie en España con más de 18 años en 2004 que ignore quién es Urdaci. Haber crecido audiovisualmente, o haber llegado a la mayoría de edad moral emponzoñado con el discurso de esta criatura de Dios imprime carácter. Nada, después de eso, puede resultar ya tóxico. El “C.C.O.O.” de este sujeto es la vacuna deontológica por antonomasia, el antivirus que penetra directamente en sangre y expande sus células malignas dispuestas a matar o a morir. Para una generación de espectadores desarmados, Urdaci es una leyenda insoslayable. Y ahora volverá.
Lo de TVE fue bonito mientras duró. Zapatero (“el adolescente”, “el ingenuo”, “el ignorante”, tal como lo define la alegre y culta jauría derechista) sostuvo que España merecía una televisión pública plural, donde el líder de la oposición apareciera con la misma normalidad que el del Gobierno. Qué tío tan tonto. Un tipo así se cree de verdad todas las memeces que dicen los libros sobre la democracia. Un pasmao de ese calibre es un peligro permanente. Hasta el más estúpido sabe que las televisiones públicas están para darle coba al jefe (o a la jefa) y que la labor más indicada para un periodista es traer el café y las copas (¡y el puro!) cuando los jefes (y las jefas) lo requieren.
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Todo esto, qué duda cabe, se solucionará en noviembre. Entonces la España eterna (y sus sólidos pilares mediáticos) volverá por sus fueros y donde estuvo Ana Pastor se volverá a sentar Alfredo Urdaci, como debe ser. Al fin y al cabo, ¿quién es Ana Pastor? Una gacetillera que no tiene ningún respeto por el jefe, sea Ahmadineyad o sea Cospedal. Alfredo –nuestro Alfredo- le enseñará periodismo. Qué felicidad.
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