Opinión · Traducción inversa
En el país de Montaigne
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-Êtes-vous Madame Mähler Besse?
La pregunta sorprende a la anciana moderadamente. “Oui”, contesta, como una novia inapetente, o como cuando el presidente Mitterrand confesó, en una célebre entrevista televisiva, que pensava presentarse a la reelección definitiva. En efecto, se trata de la señora Mähler Besse, la octogenaria propietaria del castillo de Montaigne, la viticultora que da nombre a muchos de los viñedos del país.
Hemos venido hasta el Périgord, en la vertiente atlántica de Francia, expresamente para conocer la legendaria morada de Michel de Montaigne. Encerrado en su torre, escribió sus famosos Ensayos y cambió el curso de la literatura universal. Se le suele citar entre los grandes -al lado de Shakespeare, de Cervantes, de Goethe-, pero sus páginas son hoy el refugio de selectas minorias ilustradas.
Sant Michel de Montaigne es una bucólica aldea de unos trescientos habitantes. Parece el lugar exacto donde escenificar aquel viejo dicho alemán: “Feliz como Dios en Francia”. En el burgo sólo hay un restaurante –el Auberge de la Tour- y la oferta de habitaciones se limita a una vieja posada, el Relais de la Renaissance. Es un conjunto de remozados apartamentos rurales regentado por dos alemanes, Inge von der Ley y Anton Kellner. Hacen una curiosa pareja. Inge es rubia, amable y de una perspicacia muy reposada. Anton –Tony, como prefiere que le llamemos- es un bávaro grandote, risueño y muy hábil como jardinero. Es difícil encontrar caseros más hospitalarios. Están sin duda a la altura de la difícil responsabilidad de monopolizar el alojamiento en las tierras del gran escritor.
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Para cenar, por supuesto, el Auberge de la Tour. Quién nos diría, sin embargo, que coincidiríamos allí con la señora Mähler Besse, propietaria de la antigua heredad de los Montaigne. Suyo es el imponente castillo –propiedad privada- que alberga la Torre del ensayista. Vive allí sola y desde allí administra las visitas a la Torre, que es de acceso público. En la recepción se pueden adquirir algunas botellas de vino del país, de las denominaciones Côtes de Montravel y Bergerac Sec. Todo el Périgord es un gran viñedo y Madame Mähler Besse una de las grandes terratenientes del lugar.
En el Auberge, disfrutando de la “cuisine du terroir” y del “ambiance campagnarde”, meditamos sobre la extraña suerte de esta pálida dama. La imaginamos en las solitarias veladas de invierno del castillo, releyendo los Ensayos y sorbiendo delicadamente un poco del jugo de sus inmensas posesiones. Parece una existencia más literaria que real, y así la aceptamos.
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En el país de Montaigne Dios bebe vino tinto y en sus viñedos los lugareños plantan rosales para embellecer las cabeceras de la plantación. Este es un viaje para almas un poco selectas, amantes de la literatura, los castillos y las denominaciones de origen. Uno de esos viajes que no se olvidan nunca.
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