Opinión · La trama mediática
Más obispistas que el Obispo
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Espero que sepan perdonarme este ataque en frío: “El católico bebe para recordar su esperanza, como el progresista lo hace para olvidar su desesperación”. Mientras se restriegan los ojos, les cuento que, como alguno de los más sagaces habrá adivinado, tal sentencia justificatoria del alcoholismo con escapulario es obra de Juan Manuel de Prada en ABC. Un día después, previsiblemente con su esperanza en máximos históricos gracias a su método infalible, el exhibicionista vocacional se abría la gabardina para mostrar urbi et orbi su doctrinilla en materia clerical vascongada: “El nacionalismo vasco creó un sucedáneo de Dios al que sus adeptos debían adoración, que era Euskalherría; y sustituyó la promesa del Paraíso de la religión por la promesa de un paraíso terrenal que era la independencia. Así, la idolatría nacionalista fue, poco a poco, usurpando el lugar que la fe ocupaba en el pueblo vasco, que durante siglos fue el pueblo más católico del mundo”. Que le saquen otra de lo mismo.
Lo que se cuenta y lo que no
Tiene gracia que José Ignacio Munilla haya llegado a su nueva diócesis con actitudes y palabras conciliadoras y que su club de fans, a modo de banda de la porra dialéctica, siga empeñado en embarrarle el redil con soflamas que en esta, mi tierra, no hay cristiano que se trague. Son, literalmente, más obispistas que el Obispo, y por eso se atreven a largar, como hizo ayer José María Marco en La Razón, que el nombramiento de Munilla abre “la posibilidad de que la Iglesia del País Vasco abandone las ataduras políticas y abra un espacio espiritual dedicado sobre todo a la humanidad, a la reflexión, a la oración y a la caridad”. Si tuviera pajolera idea de lo que habla, sabría que en las tres primeras cuestiones hay superávit entre la grey vascona, y que en la cuarta -la solidaridad con quienes menos tienen- las últimas cifras conocidas apuntan a que nos salimos de la tabla: en un año se han duplicado las aportaciones a Cáritas.
Nadie les va a contar esas pequeñas verdades incómodas. Es más rentable tirar de milongas como la que canturreó ABC en un editorial: “Munilla es vasco y habla vascuence. No les ha bastado”. Ya ven qué nivel de argumentación. Si lo tenía complicado su Ilustrísima, con estas ayudas de sus propagandistas va dado. Menos mal que, según le atribuía La Razón jugando a los dobles sentidos, es poco menos que el Mesías con menos pelo: “Munilla ha sido el elegido”. ¿Por quién y para qué?
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