Opinión · La trama mediática
Gaspar Laden en Lizarra
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El patazas del FBI que metió en la picadora Moulinex cuarto y mitad de Gaspar Llamazares para hacer una hamburguesa de Bin Laden envejecido y con ictericia debería cobrar royalties a los columneros patrios. Creo que no ha habido ni uno que haya resistido la tentación de hacer su chanza sobre la garrulada de los sheriffs del Universo. En todas -cornudo y apaleado- la peor parte se la ha llevado siempre el que pasaba por ahí, o sea, por Google, aunque pocos han llegado tan lejos en la soplagaitez como Iñaki Ezkerra ayer en La Razón. Lean: “Ahora es el pelo de la dehesa de Llamazares y antes fue la peluca de Carrillo. La caspa del comunismo español es la megalomanía y su paranoia recurrente de que el imperialismo yanki le sigue los pasos”. No, si al final va a resultar que el pastiche cutre lo hizo el equipo de grafismo de El intermedio. (Díganle a Esperanza Aguirre que esto lo he escrito en broma.)
Obviamente, no era del retrato-robot de cursillo de manualidades de lo que quería hablar Ezkerra. Lo suyo era cobrarse una deuda pendiente con el ex-coordinador de Izquierda Unida: “¿Cree eso el hombre que apuntó a su partido a todos los Lizarras y que se ha caracterizado por una absoluta insensibilidad hacia las verdaderas dianas del terror en el País Vasco? Y es que oponerse a los pactos con ETA o a los planes de Ibarretxe es lo que de verdad ha constituido una amenaza de muerte en este país”. Una vez más, aquí un culo, aquí unas témporas.
La Razón elogia a Zapatero
¿Están preparados para algo que les va hacer rascarse la coronilla de pura perplejidad? Confieso que soy el primero en no comprender nada, pero les juro que el editorial de ayer de La Razón decía esto sobre la intervención de Zapatero ante el Parlamento europeo: “Creemos que Rodríguez Zapatero ha puesto el acento con buen criterio en la necesidad de sumar esfuerzos en torno a estrategias comunes frente a los desafíos que suponen la crisis y las economías emergentes”. Sí, sí: es un elogio. Y les doy fe de que no era el único.
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A Hermann Tertsch, sin embargo, no le gustó el discurso. Pero, claro, él pensaba en otras cosas, como confiesa en ABC: “Yo estaba como un idiota viendo a nuestro presidente hablar de solidaridad, generosidad, entusiasmo y quién sabe si también de longevidad, mientras suponía a los representantes europeos tomándose un Chardonay o un Veuve Cliquot, bien fríos y rodeados de gente divertida”. ¿Por qué sonríen, malvados?
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