Opinión · La trama mediática
29-S menos uno
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Si el éxito de una huelga se midiera por el vertido de tinta tóxica que ha provocado en los prolegómenos, la de mañana sería el acabóse de las protestas obreras. No se cansan los amanuenses carpetovetones de darle al raca-raca, con La Gaceta encabezando el pelotón amarillo y superándose día a día. “Afirma el maitre del restaurante Villa Magna, el hotel más caro de Madrid: Cándido Méndez es un cliente habitual de esta casa”, chismoseaba ayer en en primera con gramática periodística de hace un siglo. Bajo el cotilleo, Carlos Dávila, director de la cosa, escribía con letras de mármol: “No estamos en ninguna campaña antisindical”. Lo disimulan de cine.
Tampoco Federico Jiménez Losantos tiene nada contra los convocantes. Era sólo por llenar su columna de El Mundo por lo que se largaba este galimatías imposible de leer de un tirón: “La degradación política, ideológica y ética de los nuevos Sindicatos Verticales, los Coros y Trampas de la Sección Femenina-Bibiana, el Sindicato Zejatero de Actividades Diversas y la movilización progre en favor del Gobierno al que dicen criticar, pero menos que a la Oposición, es obscenamente obsoleta”. Cuando recuperen el resuello, seguimos...
La culpa, de Público
Tras largarse en ABC tres mil caracteres aún más plúmbeos que lo anterior, el cátedro Gabriel Albiac se compadecía de los simples mortales que intentan descifrar su prosa y se permitía unas líneas en román paladino: “Llamamos sindicato hoy a una policía laboral. Y huelga, a un acto escénico”. ¿Y saben quién monta todo eso? El malvado periódico que están leyendo, que el pasado sábado mostró cómo se para un país. ¿Información, pedagogía? Algo mucho peor que eso, según la bloguera del vetusto diario y lectora ocasional de Público, Edurne Uriarte: “¿Es todo lo anterior un ejercicio de democracia o un manual de coacción? Lo veremos el próximo miércoles, pero anticipo sin mucho riesgo de equivocarme que la respuesta será el manual de coacción”.
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Como castigo, un mes de ayuno. Y eso es precio de amigo, porque en su última encíclica en La Razón, César Vidal condenaba a la inanición total a los haraganes que no acudan mañana al santificador tajo: “Decía Pablo de Tarso que el que no quiera trabajar que tampoco coma y ya está bien de unas castas que viven de nuestro sudor y no sólo no destacan por su laboriosidad sino que además siguen empecinadas en una política que ha enviado al paro a millones de españoles”.
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