Opinión · La trama mediática
Deconstruyendo a Breivik
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Encomendados a Vallejo-Nágera, los emplumados diestros producen como churros perfiles psicológicos del asesino de Oslo. Nueve de cada diez acaban en autorretrato. Miren por dónde sale José García Domínguez en Libertad Digital: “El terror político siempre responde a cierta racionalidad instrumental. Apela a medios criminales, sí, mas subordinándolos a un propósito programático. Por extrema y desalmada que se revele, su violencia no obedece a cualquier proceder arbitrario”. Eso, para decir que todavía quedan clases y que por tanto, el tal Breivik no merece ser honrado -por lo menos, todavía- como terrorista político.
Dejen los ojos como platos, que viene Pío Moa, que algo entiende de matariles, a centrar la cuestión: “Frente a conclusiones simplistas, debe decirse que existen, efectivamente, regímenes intolerables contra los que es lícita la violencia, si no hay otro medio”. Y sobre la matanza, esto: “Se trata de una respuesta terrorista al terrorismo islámico. Con la particularidad de que no ha atacado a los islámicos, sino a los (más o menos) cristianos noruegos, siendo el autor protestante y masón. No es tan raro: también muchos atentados islámicos se han dirigido contra otros musulmanes”.
El anticristo cristiano
Lo del fundamentalismo cristiano del criminal trae a mal traer al editorialista de Cope, que niega la mayor y, en el mismo viaje, acerca el ascua a su sardina doctrinal. Rostro no le falta: “Estos entornos más secularizados sirven de alimento para ese nihilismo que hay detrás de cualquier acto terrorista. Se ha hablado estos días de la ideología cristiana de Breivik. Sus actos no tienen nada que ver con el cristianismo, al contrario, son consecuencia de su desaparición”.
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Parecían insuperables estos teoremas sobre las razones de la carnicería en la capital noruega, hasta que llegó el iluminado Tomás Cuesta a zanjar la cuestión en ABC. La culpa es de Internet, que lo carga el diablo: “Convertir a un desquiciado jugador de rol en un neonazi de carril no sólo complace al criminal sino que oscurece otros perfiles del fenómeno, como la fertilidad de internet para producir monstruos reales al socaire de lo virtual, la tolerancia complaciente con la libre circulación de disparates, el fomento de las facilidades para que julais como este y otros miles exhiban sus habilidades químicas, sus galas paratemplarias y sus teorías políticas”.
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