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Opinión ·

Mayo y el pardillo

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Por Javier Amor, funcionario jubilado, dramaturgo, músico y miembro de La Comuna.

El pardillo era un ave confundida, siempre poniendo una vela a dios y otra al diablo.

El 30 de abril de 1968 se fue con otros meapilas a la madrileña plaza de Atocha y en el paseo de Santa María de la Cabeza, la mujer del Patrono, probó en su dorso por primera vez el recio caucho policial.

Al día siguiente, fiesta, fue a misa y comulgó y, esta vez solo, se fue a merodear por El Callao, paseando arriba y abajo por Gran Vía en espera del salto.

Un guardia le interpeló de malos modos, le agarró del brazo y le llevó ante un sargento gordo que le dio una sonora bofetada y le metió en un land rover king size.

Corredera Baja (atestada), Leganitos (atestada de atestados) y por último la emblemática DGS de la Puerta del Sol. No se trató de un vía crucis propiamente dicho porque en ninguna de las estaciones nuestro pardillo hubo de poner la otra mejilla.

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A fallback.

En el tour gratis por la zona centro, el pardillo conoció a auténticos pájaros de cuenta: José y Gustavo Catalán, Vladimiro Hernández Tovar y Ángel Luis del Río.

Estos sujetos, de la edad del pardillo, son lo que el vulgo llama “malas compañías” por su dialéctico cuestionamiento del Sistema.

Se mofaron de las convicciones del avecilla de San Francisco:

- ¿Cómo puedes creer semejantes tonterías a estas alturas?

La duda y una cierta pasión fueron anidando bajo las alas del cándido pardillo.

El ambiente del calabozo grande que hay al fondo era de alegría y fraternidad, sin negar la jindama del personal cuando llaman a interrogatorio.

Triplicando su capacidad la celda, los jóvenes estudiantes descubrían con veneración a los famosos obreros y escuchaban sus batallas con unción.

Lo que marcó a aquel pardillo, que con el tiempo se proclamaría pop-marxista, fue el coro de aguerridas voces que comenzó como un murmullo y fue creciendo hasta hacerse atronador. Gargantas desafiantes de docenas de presos cantando “Rosas en el mar” (Aute/Massiel) elevando el tono a grito en la estrofa de “Voy pidiendo libertad”, al tiempo que golpeaban los barrotes. Los guardias se agarraban el culo a cuatro manos corriendo de una celda a otra para acallar la insurrección canora.

Rutinariamente, interrogaban a los presos por la noche y daba cosilla escuchar el nombre.

La primera colleja le cayó al pardillo cuando se declaró admirador de José Antonio (sin llegar a levantar el brazo, ello era cierto).

- Este gilipollas piensa que nos chupamos el dedo.

La segunda cayó cuando el pardillo dijo:

- A mí ya me ha interrogado Yagüe.

- Señor Yagüe -corrigió el joven hostiador, mientras el viejo coronel observaba de lejos.

Al día siguiente, viendo que el ave no iba a currar al nido herreriano de Santa Cruz, su jefe, Martín Gamero (que a la postre llegaría a Ministro) llamó por teléfono a Eduardo Blanco, director de la DGS y le espetó:

- Yo no me puedo quedar sin mi repartidor.

El pardillo era mensaka de la oficina de información, donde las noticias del mundo sobre España se clasificaban en favorables, desfavorables y objetivas, y su coche oficial era una vieja mobylette que fallaba más que una escopeta de feria. Con ella repartía a agencias y periódicos los comunicados que eran reelaborados al gusto de la época.

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Ese chico no ha hecho nada. Sólo tiene el pelo largo. Me consta que es medio tonto.

El coronel Blanco le prometió hacer algo y le dejó caer que las 72 horas preceptivas de mazmorra (sic) no se las quitaba ni el Generalísimo.

Cuando Gamero, conocido por sus vasallos como “El Mulo” por sus ciclópeas proporciones (un caballero, sin embargo, comparado con el auténtico Don Camulo), insistió al día siguiente, su colega le dijo que había que pagar una sanción gubernativa de 1.000 pesetas. El pardillo ganaba 800 al mes y para colmo era huérfano.

- Pues las pago yo de mi bolsillo, coño, pero me sueltas al chaval.

Pasados los tres días, intorturado, aunque ciertamente deslumbrado por el patio que da a la calle del Correo, al pardillo no le costó demasiado levantar el vuelo y aterrizar tres manzanas más arriba.

Los otros cuatro presos breves fueron igualmente liberados, aunque más tarde Vladimiro les saliera rana.

En el calor de finales de mayo, las malas compañías habían asilvestrado ya al pardillo. Se reunía con sus recientes compañeros iniciáticos y otros adeptos en el jardín de Ángel Luis y escuchaban en varios long plays de vinilo un interminable discurso de Fidel. La fe del converso vencía el sopor del mediodía y las palabras de quien entonces era considerado El Sumo Sacerdote, les enardecía mucho más que la sangría.

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Se desbandaron los pájaros al poco tiempo. Pero el mal ya estaba hecho:

A partir de septiembre el pardillo, más avezado o avizor, comenzó a pasar información clasificada a un maestro que conocía a alguien que era del Partido.

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