Opinión ·
Capitanes de abril
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Por Jesús Rodríguez Barrio. Activista de La Comuna
En España, el viento del oeste suele traer la lluvia.
En abril de 1974, nos trajo el olor de la libertad.
Un olor que venía de las calles de Lisboa. Lo transmitía la explosión de alegría del pueblo hermano de Portugal.
La libertad de los pueblos nunca cae del cielo. Es un producto de la acción consciente de las personas que luchan por conquistarla.
En Portugal, por una vez en la historia, un grupo de jóvenes oficiales de un ejército hizo honor al juramento, tantas veces incumplido, de lealtad al pueblo.
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Y le devolvió la libertad que una dictadura, de corte fascista, les había arrebatado durante muchas décadas, al tiempo que puso fin a una sangrienta guerra colonial.
Allí no existían los partidos políticos y la mayoría de aquellos jóvenes no militaba en ningún sitio. Les movía, principalmente, el rechazo a la crueldad de la guerra colonial. Y, también, el deseo de poner fin a las grandes injusticias sociales de su país.
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Algunos abrazaban la causa del socialismo, y soñaban con un futuro de igualdad y progreso social para su pueblo.
Pero, por encima de todo, querían devolverle la libertad.
El pueblo los arropó y apoyó de forma masiva y entusiasta. Y su acción fue el detonante de una gran movilización popular, que nunca llegó a ser una verdadera revolución social por falta de organización y objetivos claros.
Pero la revolución de abril, que encabezaron aquellos valientes, limpió y saneó el país. Y puso fin a la podredumbre del Estado Novo portugués.
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En nuestra España de entonces, el primer mes de la primavera no olía a libertad ni a flores. El aire que respirábamos olía a la putrefacción del franquismo agonizante. Un asfixiante olor a muerte se extendía por todo el país después del asesinato de Salvador Puig Antich.
Ese franquismo terminal seguiría asesinando durante la agonía del dictador y la Transición Sangrienta que siguió.
Y tampoco aquí la democracia nos trajo la justicia y la revolución social.
Pero hace 50 años, por un momento, el olor de la primavera, de Lisboa y el Tajo llegó hasta nosotros.
Y, durante unos días, aquellos capitanes de abril nos hicieron soñar con la libertad.
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