Opinión · Versión Libre
Eso que llaman prosperidad
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Robert Reich no es un peligroso comunista. Fue secretario de Trabajo en la Administración Clinton entre 1993 y 1997 y hoy ejerce como profesor en la prestigiosa universidad de Berkeley. Recientemente, en su blog, hizo un lúcido retrato de los estragos causados por el liberalismo económico en EEUU, en el que queda patente cómo la tan elogiada ola de prosperidad de los últimos 20-30 años, que según el discurso oficial beneficiaba a todos los ciudadanos, estuvo acompañada de un aumento alarmante de la desigualdad social. Así, el 1% más rico del país, que a comienzo de los años ochenta acumulaba el 9% de la renta nacional, hoy controla casi el 25%. Los consejeros de las grandes compañías, que en 1970 ganaban 40 veces el sueldo medio de los trabajadores, hoy reciben 350 veces más. En 2009, cuando la mayor parte de la clase media estadounidense estaba hundida en la recesión, los 25 gestores mejor pagados de hedge funds –instrumentos financieros que están en el origen de la crisis– se llevaron de media 1.000 millones de dólares cada uno. Y, por si fuese poco, el impuesto marginal que pagan es del 17%, mucho menos que la tasa media de las familias.
Pero quizá lo más llamativo del análisis de Reich es que no se limita a señalar como culpable de lo ocurrido a la simple ambición desmedida de unos etéreos especuladores, como suelen hacer los portavoces del establishment para desviar las responsabilidades inherentes al propio sistema, a sus instituciones y procedimientos. “No es sólo avaricia”, dice. “Es también la manipulación sistemática y cada vez más hábil de las leyes y reglas por parte de aquellos capaces de pagar a lobbistas, legisladores, abogados y contables para que hagan el trabajo”.
Más de un lector dirá con desdén que Reich no está descubriendo nada; que ya está más que demostrado que los grandes poderes financieros son los verdaderos gobernantes del mundo. Quizá sea cierto, pero nunca está de más poner a las sociedades ante su espejo, sobre todo en unos momentos en que las fuerzas del liberalismo, lejos de hacer un acto de contrición por los daños causados, se encuentran más desatadas que nunca, imponiendo recetas anticrisis que sólo contribuirán a aumentar o fomentar –también en España– las desigualdades que señala Reich.
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