Opinión · Versión Libre
Test de estrés al capitalismo
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Ahora que están tan de moda los test de estrés, ¿por qué no someter a estas pruebas de resistencia no ya a los bancos, o a las centrales nucleares, sino al propio sistema capitalista? En cierta forma, eso es lo que ya están haciendo muchos de los movimientos de protesta que tienen lugar hoy en el mundo, con sus apelaciones insistentes a la “dignidad” como reivindicación primordial. Esas manifestaciones están retando al capitalismo a demostrar que es capaz de garantizar una existencia digna a todos los ciudadanos, tal como sostienen los optimistas abogados del modelo. Y, de momento, el resultado del test no invita precisamente al optimismo. Las bondades teóricas del capitalismo como fuente de distribución de riqueza y bienestar son desconocidas por la mayor parte de los habitantes del planeta, que sí conocen, en cambio, sus consecuencias de injusticia social y marginalidad.
Muchas personas comparten la sensación, expresada ayer en este diario por el escritor y economista José Luis Sampedro, de que “esta cultura capitalista de cinco siglos ha agotado ya sus posibilidades”. Sin embargo, resulta difícil vaticinar hacia dónde conducirán las corrientes de la historia. Si se quiere salvar –o, mejor dicho, si existen posibilidades de que se salve–, el capitalismo deberá someterse en todo caso a una reformulación radical, en la que habría que dotar de nuevo sentido a conceptos esenciales como desarrollo, prosperidad e, incluso, libertad. Lo que ya muy pocos se creen (al menos sinceramente) es que el actual paradigma liberal/financiero del capitalismo tiene salida alguna. El presidente francés, Nicolás Sarkozy, dejó traslucir esa flaqueza al pronunciarse en favor de la refundación del capitalismo, aunque después se haya olvidado de aquel arrebato. Incluso el primer ministro chino, Wen Jiabao, afirmó recientemente que su país debe cambiar su paradigma de crecimiento, porque este es “desequilibrado e insostenible”. Funcionarios chinos están hablando estos días de establecer un “índice de felicidad” que mida el bienestar de los ciudadanos. Con independencia de que se trate de una argucia, refleja que, incluso a la gran potencia emergente, ha llegado el debate sobre las posibilidades del modelo.
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