Opinión · Versión Libre
Una enfermedad llamada edad
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El jueves fue hallado sin vida el actor David Carradine, con un cordón de nailon alrededor del cuello y los genitales. El motivo de este artículo no es hurgar en su inusual muerte, sino hablar de la edad: Carradine protagonizó una serie televisiva de los años 70 que, sin aspavientos intelectuales, en medio de exhibiciones de artes marciales, describía una particular relación entre la juventud y la vejez, entre el ímpetu y la serenidad, entre la impericia y la experiencia.
Me refiero a la mítica Kung Fu. En estos tiempos en que la edad se ha convertido en un lastre me vienen a la memoria algunos encuentros entre el monje shaolín Kwai Chang Caine (Carradine) y su maestro ciego Po. En la primera cita, el sabio ordena al discípulo que cierre los ojos. “¿Qué oyes?” le pregunta. “Oigo el agua, los pájaros”, responde el muchacho. “¿Escuchas el latido de su corazón?”, inquiere el anciano. “No”. “¿Escuchas el saltamontes que tienes a tus pies?”. “Anciano, ¿cómo puedes oír esas cosas?”, dice el aprendiz. Y su interlocutor le responde: “Joven, ¿cómo es que tú no las oyes?”.
Si adaptáramos la serie a nuestros días, el viejo maestro llevaría ya varios años prejubilado y, muy probablemente, el joven Kwai Chang ocuparía su lugar sin haber cursado el mismo período formativo de su maestro. Incluso es probable que Kwai hubiese intrigado para deshacerse del pesado Po, que le cerraba su camino veloz al éxito.
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No pretendo hacer una reivindicación de la edad en sí misma, como un valor absoluto. Tan sólo intento llamar la atención sobre una de las grandes paradojas de nuestro tiempo: nos enorgullecemos de prolongar cada vez más nuestra longevidad mediante los más sofisticados avances científicos, pero al mismo tiempo despreciamos de manera creciente la madurez (y ni qué decir la vejez). Hace algún tiempo, por ejemplo, la radio estatal de España, RNE, con el pretexto de que su carga laboral era insostenible, estableció la jubilación forzosa de todos los empleados mayores de… ¡52 años! En lugar de aplicarse un sistema de selección basado en el rendimiento, se impuso el criterio único de la edad, sin importarle a nadie que en el aluvión de prejubilados se contaran excelentes periodistas en su plenitud profesional.
Es cierto que no todos los mayores tienen la sabiduría del maestro Po. A algunos incluso conviene escucharlos con cautela o, directamente, ignorarlos. Pero ello no debe llevar a la consideración general de que la edad es poco menos que una enfermedad.
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