Opinión · El óxido
Lo peligroso y lo emocionante
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Con toda seguridad dentro de unos años se recordará este periodo de nuestra historia como uno de los momentos más críticos de España como país, no solo en el terreno económico sino también en el político y el institucional. La crisis ha puesto punto y final a la aceptación social del statu quo, que en España se sustentaba en la juventud de nuestro sistema democrático y en un crecimiento económico que nos había homologado al resto de naciones del mundo rico. La desafección de la sociedad hacia la clase política no es un fenómeno nuevo surgido de la coyuntura económica desfavorable. Pero ésta ha servido para cristalizar y potenciar esa desafección que, además, se suma a una crisis de autoridad de algunas instituciones del Estado. La situación de la corona o del poder judicial son ejemplos sintomáticos del estado anímico de una sociedad que ha pasado en apenas 30 años de la celebración de la democracia a la desconfianza hacia su funcionamiento.
Es difícil saber cuanto de positivo y de negativo pueda haber en ese fenómeno. Lo desconocido suele ser peligroso y emocionante casi a partes iguales. Peligroso porque la crisis de las instituciones que sustentan la democracia puede devenir en un auge de las ideas mesiánicas, del totalitarismo, del populismo o directamente del fascismo. Emocionante porque la idea de hacer borrón y cuenta nueva con unas instituciones salpicadas de comportamientos inmorales y antisociales siempre es estimulante. Lo que hay está tan podrido que parece deseable deshacerse de ello y construir algo nuevo.
Que nadie espere una revolución social y un nuevo orden de las cosas. Las sociedades modernas, a pesar del hartazgo en el que están sumidas, se muestran conservadoras ante el miedo a lo desconocido. Son tan críticas con lo que hay como prudentes con lo que puede haber. Y esa manera de entender lo público da para pocos cambios radicales, si bien existe un límite de tolerancia al que nos estamos acercando peligrosamente. Pero sea como fuere y a pesar de aquello de “que todo cambie para que todo siga igual” hay algo que parece haber cambiado para siempre en la forma en que los ciudadanos se relacionan con las élites políticas y económicas.
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En Grecia, dada la situación, están un paso más allá en este fenómeno. Los resultados de las últimas elecciones son un buen indicador de esa actitud. Por un lado se confirma la crisis de confianza de los dos grandes partidos, PASOK y Nueva Democracia, que ha beneficiado a Syriza por lo que tiene de proyecto político fresco y deslastrado del poder económico. Pero por otra parte el miedo a lo desconocido ha hecho presencia, animado por las amenazas desde Berlín y Bruselas, y un sector de la sociedad ha querido ver cumplido aquello de “más vale malo conocido”.
¿Puede ocurrir algo similar en España? Lo cierto es que estamos más cerca de ello que de lo contrario. PP y PSOE se dirigen hacia el punto de no retorno de la desconfianza ciudadana. Pero si el ejemplo de Grecia indica en la dirección de una nueva política más fresca y atrevida, también existen otros ejemplos de lo contrario. La crisis que en Italia supuso el proceso Manos Limpias en los años ochenta llevó a la caída en desgracia de los grandes partidos italianos: Democracia Cristiana, Partido Comunista Italiano y Partido Socialista. Pero el resultado no fue la gran regeneración democrática esperada sino el surgimiento del berlusconismo como fenómeno neopopulista.
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Así que tenemos ejemplos para pensar que lo que está ocurriendo en España desde el punto de vista político puede resultar ora peligroso ora estimulante. ¿De que depende que la balanza se incline hacia uno u otro lado? Sin duda de la madurez de la sociedad. Las élites pueden ser culpables de muchas cosas. De casi todo, si se quiere. Pero los ciudadanos somos responsables de sostener el statu quo. Y también a veces somos responsables de transformar lo malo en lo peor. Esperemos que en esta ocasión no ocurra tal cosa y que en los libros de historia del futuro se pueda leer que en la segunda década del siglo XXI España vivió una verdadera regeneración democrática.
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