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Violencia de género Cuando el maltratador es policía y lleva un arma

La historia de María es la del miedo a denunciar cuando tu pareja pertenece a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y tiene arma propia. Tras el juicio, ella fue la señalada y la cuestionada. A día de hoy, él ya ha recuperado el arma.

Guardia Civil. EFE

ANA BERNAL-TRIVIÑO

María se casó con un hombre que no reconocía días después del enlace, en la privacidad, entre las paredes de casa. Antes de quedarse embarazada, María ya vivía entre conversaciones y distancias por el trabajo de él, primero en la Armada y luego en la Guardia Civil. "En principio, no teníamos problemas económicos ni nada que implicara no estar de acuerdo en algo, así que su personalidad no salía a relucir. Sí sabía que no era una persona especialmente sensible o empática pero lo cierto es que, entonces, no supe verlo", comenta ella.

Los problemas comenzaron cuando se compraron la casa y nació su primer hijo. El padre de María prestó dinero para pedir menos hipoteca al banco. "Desde ahí, él comienza, día tras día, a no tener otro tema de conversación que insultar y hablar mal de mis padres y mi hermano. De mi padre dice que es un borracho, que no hace nada por mí. De mi hermano dice que es maricón porque no tiene novia. Se convierte en una obsesión para él estar todo el día machacándome, y comienza a decirme que no valgo para nada porque tengo una carrera y no encuentro trabajo", desvela.

"Comienza a decirme que no valgo para nada porque tengo una carrera y no encuentro trabajo", asegura María

Esa presión fue en aumento, y el reproche y la falta de respeto se hicieron rutina. La autoestima empezó a deteriorarse y María sentía que, cada día, se hacía más pequeña. Aún más cuando ella, con hipoacusia, escuchaba cómo su pareja le gritaba "sorda de mierda". María resume aquella etapa en que "según él, yo soy subnormal, gilipollas, no valgo para nada y no valgo para cuidar a los niños".

Así, durante años en los que resistió por los pequeños y por algunos perdones vacíos. "Hay muchísimas discusiones pero por entonces no pienso que soy maltratada. Yo le suplico que me deje en paz, que no siga, pero él me da puñetazos en los brazos". La situación se relaja porque a él le cambiaron de destino y los días que tenía que ir a esa nueva localización ella, reconoce, que se sentía salvada. En aquellas pausas, María tomó conciencia de que estaba más débil. Me menciona que, por supuesto, en el vecindario y con el resto de las personas él era amable y era reconocido por su posición profesional. En cambio, ella era quien tenía peor aspecto, estaba triste, hablaba bastante menos y tenía menos peso. María dejó de reconocerse poco a poco.

Abrir los ojos ante el maltrato

Pero un día, "él vuelve y parece que es otra persona. Yo creo que ha cambiado y decidimos tener un segundo niño". Recién parida, ya en casa, la insulta, la zarandea y le advierte de que no se atreva a irse del hogar. Era el año 2009. Por aquel entonces, "cada 8 de marzo comienzan los telediarios a hablar de la violencia de género y viendo y oyendo qué era y en qué consistía el maltrato, es como me doy cuenta de que él me está maltratando. Tuve que ver en la televisión y escuchar lo que le hacían a otras mujeres, para darme cuenta de que a mí me hacían lo mismo en casa", admite María.

Recién parida, ya en casa, la insulta, la zarandea y le advierte de que no se atreva a irse del hogar

Aún así, después de aquello, pasaron dos años de dudas, incertidumbres, certezas y angustias. En 2011, tomó fuerzas y acudió a comisaría para hacer un pregunta que atendió la Unidad de Familia. Su duda era si era denunciable que él llevaba 24 horas sin dar señales de vida. "Comenzaron a hacerme preguntas y ahí me derrumbé. No quería denunciar pero me dijeron que si me iba, y me pasaba algo, ellos eran responsables por haberme dejado ir. Me dieron el valor que me faltaba, que no era más que sentirme creída. Pero es muy difícil dar el paso, se siente muchísimo miedo…", confiesa María.

La vida tras la denuncia y el encuentro en la Iglesia

Desde entonces, se aplicó una orden de alejamiento y la retirada del arma. Recuerda el día del juicio, en una sala junto a su padre. Después de reunirse los abogados de ambos, el fiscal y la jueza, su abogado comunica que él ha reconocido los hechos. Al principio, María confiesa estar tranquila. Con el paso del tiempo, siente que perdió en aquella negociación, sobre todo, en seguridad.

"Yo me quedé sola, primero, porque anteriormente él ya se había encargado de aislarme de todo y de todos, al punto de que me convirtió en una inútil y dependiente de él", admite María

"La sociedad no está preparada para aceptar la violencia. Pensé que todo el mundo me apoyaría y me equivoqué. Yo me quedé sola, primero, porque anteriormente él ya se había encargado de aislarme de todo y de todos, al punto de que me convirtió en una inútil y dependiente de él. Segundo, porque él ha seguido uniformado y vertiendo mentiras sobre lo que ocurrió. Es más fácil creer al guardia y la idea de que dio con una mala mujer que puso una denuncia falsa, que a mí", admite, con impotencia.

Me pone como ejemplo de aquella indefensión un momento durante la comunión de su hijo, seis meses después de que se acabara la orden de alejamiento. El colegio del menor, concertado con la Iglesia, no entendía que María no se quisiera sentar en la misma banca que el padre. "No entendieron que yo sentía miedo si él aparecía por la Iglesia, ni entendieron el ataque de pánico que tuve cuando lo vi. Lo sentaron en un lateral mío y a escasos metros. En muchísimas fotografías salgo con la cara desencajada y él sale sonriente, de oreja a oreja. Este episodio ha hecho que muchos me hayan dado de lado, a mí y a mis hijos, sobre todo al mayor. Por la sencilla razón de que no entienden de miedos ni de angustias", confiesa.

Me cuenta que en Facebook, él publica mensajes en los que, sin mencionarla de forma expresa, María sabe que se refiere a ella y a sus hijos. Ha intentado denunciarlo pero como no aparece su nombre, la Unidad de Familia de la Policía dice que no hay más y que "no lo lea". Según María, ha perdido su "derecho a la intimidad y al honor. Eso es algo que yo no podía imaginarme cuando creí verme liberada de él. Continuar mis días con el rechazo y con la sensación de haber hecho algo malo".

"¿Por qué tiene derecho a tener una pistola?"

A esto se une que él ya recuperó el arma, y ella vive con la angustia de sentirse desprotegida. "La Ley Orgánica 1/2004 habla de protección integral a las mujeres y menores de edad víctimas de violencia de género. Que alguien me explique cómo es posible que él trabaje en un cuerpo que se encarga de recoger denuncias de malos tratos y de proteger a la sociedad. Y que alguien me explique por qué tiene derecho a tener una pistola y cómo debo yo sentirme tranquila", denuncia.

Considera que, al final, que es él la persona protegida. "Le han permitido seguir teniendo una buena nómina, le han permitido seguir en un destino dado a dedo, le han permitido seguir llevando un arma, le han permitido seguir haciendo conmigo lo que le place. A mí me ha costado cinco años encontrar un trabajo a tiempo parcial. Y hacen que reavivan mis miedos si me cruzo a alguien que se parece a él".

"Que alguien me explique cómo es posible que él trabaje en un cuerpo que se encarga de recoger denuncias de malos tratos y de proteger a la sociedad", critica la víctima

Ella tiene la custodia, pero los dos poseen la patria potestad. Intenta vivir día a día, intentando aún recomponer su autoestima y aquella culpa que él dejó grabada en su memoria. El hecho de que su pareja pertenezca a las Fuerzas de Seguridad del Estado le hace sentirse más indefensa. "Siento que a nadie le interesa hablar de qué ocurre en el ejército, policía o guardia civil. Son los intocables. Interesa más hablar de asesinadas, golpes y sangre. En ningún caso interesa hablar de cómo a este tipo de personas les permiten estar en una institución que debe proteger al ciudadano".

Reclama listas públicas de maltratadores, reclama ser protegida de verdad y que no se sienta manejada como un títere, económica y psicológicamente. También denuncia que a los menores no se les protege. "Se les da a los maltratadores el arma que tiene más poder, la capacidad de hacer daño a los niños o a través de ellos. Hasta que no exista cordura entre las leyes que se dictan y lo que se hace, la violencia de género seguirá porque a ellos se les da el poder de creer que no lo han hecho tan mal. Vivo en primera persona el apoyo al condenado. Vivo en primera persona el miedo a él y a las consecuencias de su falso victimismo".

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