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Los Heavies de la Gran Vía

Los gemelos Emilio y José Alcázar llevan varios años apostados frente al número 25 de la comercial arteria madrileña, donde predican su discurso libertario y anticapitalista

José y Emilio Alcázar, los Heavies de la Gran Vía. / HENRIQUE MARIÑO

Hubo un tiempo en el que la Gran Vía eran cines y teatros. Luego llegaron el musical y, después, las cadenas de tejido rápido. "Ahora sufre el cáncer del capitalismo", arranca con deje cheli Emilio Alcázar, enfundado en una chupa de cuero saturada de chapas. "La han convertido en un tiendódromo", le secunda José bajo una melena ceniza que chorrea desde su incipiente calva. Son los Heavies de la Gran Vía y reciben a diario en su oficina móvil, una barandilla frente al número 25, donde antes se alzaba Madrid Rock, una tienda de discos que le dejó el hueco al enésimo establecimiento clónico instalado en la arteria más fotogénica de la capital. "Ya te digo, han destruido esto completamente".


Llegan al rebufo del primer metro de la mañana y no se van hasta las diez. "La noche no la queremos ni ver, porque lo único que hace es llevarte a las drogas, al vicio y a toda la mierda del ser humano". Hace ya trece años que le dieron la espalda al desfiladero y ahora sus venas están limpias de caballo y alcohol. "Son herramientas para que la juventud no luche y caiga en los campos de minas del sistema. Se nos murió mucha gente... hasta un hermano", recuerda Emilio, que sólo se diferencia de José porque luce una bandana negra en la frente. Son gemelos, nacieron en 1966, se criaron en Chamberí y duermen en el distrito de Tetuán, "que es como el Bronx". 

Pasa la vida y ellos siguen inmutables, como dos puntales encargados de sujetar la causa perdida del rock: cuando cerró en 2005 el mítico local, en el que se surtían de Lynyrd Skynyrd, Metallica o Led Zeppelin, decidieron apostarse a la salida en solidaridad con los empleados despedidos. Los dueños alegaron que el top manta había minado el negocio, pero pronto quedó claro que detrás del cierre campaba la especulación inmobiliaria. "En definitiva, han empijecido la Gran Vía", tercia José. "Pero si te olvidas de eso, es un barrio como otro cualquiera y la calle está muy viva. Es tan interesante como el mejor garito, simplemente debes pararte a observar y aprender".

No ven la tele, tampoco leen periódicos ni navegan por Internet. "Si te tienes que enterar de algo, la vida siempre te lo dice a través de las personas que se cruzan con nosotros. Vox populi". No hacen la compra. "Comemos lo que reciclamos. Es que en este país te vas encontrando pan por las basuras y hasta los mendigos están gordos". No saben lo que es un contrato laboral desde hace dieciséis años. "Trabajar en una sociedad capitalista enferma equivale a prostituirse. Nos parece indignante la propuesta de esta sociedad: estar toda la vida arrodillado y esclavizado para poder tener las cosas básicas". ¿Vivienda? "Te hacen dar el pellejo por lo que debería ser un derecho y no un lujo". Y entonces llegaron las protestas... "Bueno, ahora hay más maderos que manifestantes. Aquí ha habido una represión brutal. La Policía es buena, pero los antidisturbios son los perros del Estado".

José y Emilio se declaran libertarios y, aunque no aludan al término, han optado por el decrecimiento, esa corriente de pensamiento que aboga por disminuir la producción económica y liberarse de las ataduras del consumismo desenfrenado. "Lo que verdaderamente está hoy en crisis son los valores espirituales, porque en el mundo capitalista sólo nos educamos en la ambición y en la posesión de objetos materiales", cree Emilio. "La crisis es un reflejo del interior de la sociedad", profundiza su hermano, quien está convencido de que nos la han inoculado.

"Su objetivo es acojonarnos para que sigamos creyendo en el tinglado. No hay nada más fácil que manipular a un ser humano asustado", añade José mientras saluda por su nombre a una pareja que se acerca a charlar. Ella les pide una foto, los gemelos se arriman y la cacharrería de sus solapas reluce de pronto.

"El verdadero fallo es creer que somos una cuenta corriente con patas en vez de un ser humano que lucha por la libertad", zanja Emilio. "Y ahora veo que la peña, sin dinero, está como muy perdida". A los Heavies de la Gran Vía, en cambio, es fácil encontrarlos entre turistas, transeúntes, prostitutas, municipales, góticos, chulos, groupies, barrenderos, dependientas y "gente que te habla de sus cosas pequeñas, que en realidad no son tan pequeñas". 

Es difícil proyectar esta porción de acera sin su perfil. ¿Continuarán en el mismo sitio dentro de una década, de un año, acaso mañana? "Se trata de que el siglo que viene pase por el segundo siguiente. Como lo pasado es memoria y el futuro reside en la imaginación, sólo te queda esto". Llueva, nieve o caliente el sol. "Nosotros estaremos aquí aguantando, resistiendo y muriendo con las botas puestas".

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