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Okupa La verdadera cara de una vida como 'okupa': "Yo quiero pagar un alquiler, solo pienso en mis hijos"

Ahlana es una madrileña residente en una casa ocupada que ve diariamente cómo las personas como ella son estereotipadas en televisión.

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Ahlana, una mujer que vive en una casa ocupada en Ventilla, en Madrid. ANA BELTRÁN.

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Sociedad

Hace un par de noches, Ahlana se mosqueó mientras veía la tele. Optó por irse a la cama temprano y hacer caso omiso a lo que un programa de Cuatro decía sobre los llamados okupas. Ella, que hace tres años ocupó un piso vacío, no necesita que nadie le explique qué se siente, cómo se sufre. Menos aún que le cuenten cuentos, bastante habituales en televisión.

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"Que si ocupamos chalets con piscina y pista de pádel, que si ocupamos pisos de particulares... Nos tratan como a terroristas. Dicen que vivimos de puta madre y eso no es así. Apagué la tele y me fui a la cama porque me hervía la sangre. Pues claro que no estoy de acuerdo con que la gente se meta en pisos privados, eso no me gusta y nunca lo defenderé. ¿Pero de la Comunidad de Madrid o de un banco? ¿Para que lo tengan cerrado? ¡Si tienen los pisos tapiados!", se lamenta desde una de las sillas de su luminoso salón mientras vigila de reojo el móvil. 

Ahlana es una madrileña de cuarenta años con dos hijos a su cargo. Hace tres años decidió ocupar un domicilio deshabitado propiedad del Instituto de la Vivienda de Madrid (IVIMA) en el mismo vecindario en el que se crió. Su madre vive en un segundo piso en la Avenida de Asturias, en el madrileño barrio de Ventilla, y ella se ha instalado en el tercero. El piso ahora ocupado pertenecía a una mujer que, al morir, marchó sin descendencia. La hermana de la difunta rechazó heredarlo y, a sabiendas de que quedaría en manos de la administración, no puso pegas a que Ahlana entrara como inquilina. Ese piso ya no iba a ser problema suyo.

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El barrio apoyó a esta mujer, necesitada de una mano amiga, que, casi como puntilla de una espiral negativa, ahora ha visto como el coronavirus truncaba su escueto porvenir. Estos días realizaba una formación en telemarketing para entrar a trabajar, pero su hijo está aislado tras identificarse un positivo por coronavirus en su guardería: "He tenido que dejar la formación para guardar aislamiento, iba a empezar a trabajar en una semana, así que he perdido el trabajo. Llevaba un año en búsqueda de empleo", apunta como remate.

Una casa ocupada

Ahlana habla sobre su ocupación en su salón. ANA BELTRÁN.

El aspecto de la casa pasa por el de cualquier hogar que madruga cada mañana y no trasnocha demasiado para ajustarse a los horarios de la rutina. En una de las paredes del salón hay dibujado sobre fondo negro un enorme retrato de La Catrina, una calavera mexicana creada por José Guadalupe y Diego Rivera, una representación muy habitual para el pueblo mexicano. Es un hogar, sin artificios. Ahlana apunta que sí, que en el centro del salón hay un televisor, pero que está pagado con su dinero y que tener televisión no convierte a nadie en rico. Nadie le pidió esa aclaración, pero ante el mensaje que se lanza por en ciertos medios de comunicación, quiere dignificarse y hacer hincapié en esas cuestiones.

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Alejandra Jacinto, abogada y portavoz de la Plataforma de Afectadas por Vivienda Pública y Social (PAVPS) en Madrid, ha comprobado que el perfil de Alhana es parecido a otros casos que suelen tratar: "El perfil general es el de familias en situación de vulnerabilidad absoluta, con rentas mínimas, sin trabajo estable o con trabajos precarizados. En muchos casos, además, son familias monoparentales, madres que se han tenido que buscar la vida y ocupar una vivienda. Lo suelen hacer también como último recurso, después de solicitar viviendas o haber sido desahuciadas, por lo que acaban ocupando una vivienda de alguna entidad financiera o de la Administración. Ese ese el perfil real", asegura. 

"Regularizadme el contrato, si yo quiero pagar mi alquiler"

Ahlana cuadra dentro de esta cronología de hechos: lleva más de diez años solicitando una vivienda pública, ha intentado irse alquilada o incluso ha barajado comprar un piso, pero ningún banco le ha dado viabilidad ni ninguna inmobiliaria ha aprobado sus propuestas para mudarse como inquilina : "Mi madre dice que me avala, pero no quiero poner en riesgo su pensión. Así que, sí, me he metido en un piso del IVIMA, lo siento. Regularizadme el contrato, si yo quiero pagar mi alquiler", sostiene.

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Una campaña orquestada contra las ocupaciones

Atendiendo a lo que se oye en televisión, nadie diría que Ahlana vive ocupada. En los aledaños al edificio no hay ruido ni altercados. Los vecinos no denuncian ningún malestar y la puerta de su casa no está atrancada. La hija mayor estudia en su cuarto y en la casa reina el silencio. Ahlana no pertenece a mafias, no es traficante ni ha allanado la vivienda de nadie. 

Si tuviera un minuto en esas televisiones que no cesan con la matraca sobre los okupas, Alhana sabría perfectamente cómo definir su situación, lejos de cómo se ofrece en esos programas de entretenimiento: "Vivir de ocupa es tener durante veinticuatro horas el castigo de pensar que te pueden echar; tener un pie dentro y otro fuera; de pensar en el futuro de tus hijos. Yo no quiero estar de un lado a otro, no quiero eso para mis hijos. Una persona que ocupa no quiere hacerlo, se ve en la necesidad", propone como definición. 

"Vivir de ocupa es tener durante veinticuatro horas el castigo de pensar que te pueden echar"

El barrio donde reside tiene alquileres a precios prohibitivos. Desde el ventanal de su salón se observan pisos que a través de diferentes webs se ofertan por hasta 1.100 euros al mes, una tarifa inasumible para ella, que, salvo el alquiler, afronta todos los gastos cotidianos: "Yo no quiero vivir ocupando un piso, quiero que me regularicen el precio de este alquiler", insiste. Es una estrategia habitual, ocupar un piso para luego negociar con el IVIMA un alquiler social y viable. "Viviendo así no concilias el sueño tranquilamente. Cuando entré en el piso fui yo la que avisó al IVIMA. Debo ser gilipollas –dice con ironía–, pero lo hice para que regularizaran la vivienda cuanto antes. Llamé a la Policía para advertirles y para empadronarme, porque estoy empadronada aquí", asegura.

Angelines, activista de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), cuenta que desde la organización en ningún caso alientan a ocupar casas que son propiedad de particulares, como puede ser una segunda vivienda o una casa que se usa para alquilar: "Cuando sabemos de un caso que se produce en un piso de un particular, hablamos con los propietarios para intentar negociar un tiempo para que los inquilinos dejen la casa sin problemas, porque es su vivienda particular y no queremos montar una protesta". 

"Hay una campaña orquestada, es cierto que ha habido un repunte, pero no es nueva –asegura la abogada Alejandra Jacinto–. Ya llevamos años escuchando a diferentes políticos de derecha y extrema derecha criminalizando las ocupaciones. Es una campaña que lleva tiempo y que se ha acentuado de forma escandalosa, de forma tan artificial que llama la atención por eso. La situación provocada por la covid-19 ha puesto de manifiesto la necesidad imperiosa de garantizar y proteger el derecho a la vivienda, tanto que es clave para la protección contra el virus, porque ahora se exigen confinamientos y para eso se necesita una casa. Afianza el papel de la vivienda como derecho al que todo el mundo debe acceder. De hecho, es mucho más probable que te suban el precio del alquiler a que te ocupen la casa porque te vas de vacaciones", arguye sobre los comentarios en torno a las ocupaciones, criminalizadas como parte de una estrategia de confusión, alega la letrada.

Una vivencia tabú

Han pasado los años y la incertidumbre de una ocupación ha hecho callo en Alhana, que echa la mirada atrás y se reconoce ingenua en sus formas de actuar: "Al principio, no salía de la casa. Estuve quince días sin salir por miedo a que me quitaran la casa. Estaba lo que ahora se conoce como confinada", bromea. "Luego gracias a la PAH descubrí que lo que hice fue absurdo, porque tras pasar 48 horas ya no te pueden echar a la fuerza sin orden", evoca la mujer, que a fuerza de la lucha ya sabe de los recovecos de la legislación. 

Contra todos los clichés, Paloma, una vecina del bloque, reconoce que ella está encantada con la presencia de Alhana en el vecindario. La conoce de toda la vida y juntas son vicepresidentas de la comunidad de vecinos. "Cuando falleció la dueña de la casa, yo hablé con la familia también para ver si le daban las llaves. Mejor ella que cualquier otro, que la conocemos", declara tras una mascarilla. "Es que no te he dicho que soy vicepresidenta de la comunidad para que no parezca que presumo de ello", vuelve a bromear Ahlana con su marcado acento madrileño. Está integrada en la comunidad de vecinos. 

Ahlana cuenta su historia desde su habitación. ANA BELTRÁN.

El prejuicio y el tabú de vivir ocupando

El estigma de vivir ocupando pasa factura mental, pero acompaña a la víctima cada minuto que pasa fuera de casa. "Lo de ser ocupa lo llevo como tabú. Obviamente, no lo digo en las ofertas de trabajo, porque si dices que eres ocupa te miran mal. Hay que ser tonto para decirlo", asegura, franca. "Ir de sincera por la vida... la sinceridad está sobrevalorada", dice de nuevo entre risas.

"Hay que ser tonto para decir en una entrevista de trabajo que vives de ocupa"

El peor trago lo pasa al hablar del futuro de su prole. Shelma, de catorce años, y Anuar, de dos. Intenta esquivar el tema para no romper a llorar: "Intento no hablar del tema con mi hija, pero no lo lleva muy bien... Al menos ahora tiene habitación propia, pero quién te dice que no me echan mañana. Es una puta mierda. Es una presión continua. Yo desde que vivo aquí no duermo", apunta.

Ningún amigo de Shelma conoce su verdadera situación. Es lo que tiene el instituto, que sumerge los problemas de casa, casi a modo de supervivencia. Las amigas suben a su habitación a pasar la tarde juntas como si no pasara nada, pero no saben que en algún cajón de la casa hay una notificación del IVIMA amenazando con un desahucio. "No es que sea una vergüenza para ella, pero tiene miedo de que sus amigas cambien de actitud con ella, lo que puedan decir los padres... y, además, el pavo no ayuda", zanja su madre. 

Imagen del salón de la casa de Ahlana, en el barrio de Ventilla. ANA BELTRÁN.

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