Opinión · Al sur a la izquierda
Señores y vasallos en la tierra baldía
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Griñán y Rubalcaba han envainado las espadas, pero mantienen su mano firmemente cerrada en torno a la empuñadura, prestos ambos a desenvainar ante el menor descuido de su adversario. Porque Griñán y Rubalcaba son hoy por hoy adversarios. Son compañeros de partido, pero adversarios. Y lo son en el mismo sentido en que lo eran el rey medieval y el más sobresaliente de los nobles de su reino, aquel ‘primus inter pares’ sin cuya aquiescencia y complicidad el poder del monarca podía verse seriamente menguado y aun en peligro de desaparecer. En esta batalla civil del socialismo español Rubalcaba es el rey y Griñán es el noble cuyas conquistas territoriales han hecho de él ese ‘primero entre iguales’ sin cuya amistad el rey Alfredo corre serio riesgo en tanto que rey.
El origen de esta guerra, como el de tantas otras, es un choque de legitimidades que, como tantos otros choques de legitimidades, hace imposible determinar de parte de quién está la razón. La legitimidad de Alfredo Pérez Rubalcaba proviene del 38 Congreso Federal del PSOE, celebrado en Sevilla en febrero pasado y que el exvicepresidente del último Gobierno socialista ganó en buena lid. Por poco, pero ganó. En contra del deseo de Griñán, pero ganó.
Por su parte, la legitimidad de Griñán proviene de las elecciones andaluzas del 25 de marzo pasado, que de hecho vinieron a operar como una especie de segunda vuelta del congreso federal celebrado unas semanas antes: Alfredo seguía siendo el rey, pero su vasallo Pepe había conservado para el depauperado reino socialista el territorio del sur, tan valioso en estos tiempos. ¿Se le subió al noble Griñán su triunfo a la cabeza? ¡Por supuesto que sí! Era imposible que no se le subiera. ¡Cómo no iba a subírsele si acudió a la decisiva batalla del 25 de marzo con un ejército que se creía a sí mismo derrotado y que en lo único que pensaba era en el entierro que pocas horas después habría de darle a su comandante en jefe!
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Naturalmente, el rey no tiene la culpa de haber heredado un reino devastado. No tiene la culpa, pero es el rey, y los reyes, además de estar para reinar, están para que la gente pueda echarles la culpa de todo sin razón alguna. En esas circunstancias, Rubalcaba debería haber amarrado con Griñán una alianza que sin duda era conveniente para ambos. Pero Rubalcaba no ha hecho tal cosa. O al menos Griñán cree que no la ha hecho.
El barón andaluz se siente tratado por el rey como uno más de los nobles que conforman la corte socialista, y lo cierto es que Griñán no es uno más. Es el ‘primus inter pares’ y Rublacaba tiene que tratarlo como tal, le guste o no le guste. Sin duda, debe ser duro reconciliarse con quien intentó por todos los medios impedir que fueras investido rey, pero a Rubalcaba no le queda más remedio que beber ese amargo cáliz. Beberlo tal vez resulte indigesto para él personalmente, pero será un buen reconstituyente para el reino del cual es responsable. Y Griñán, por su parte, no puede ni debe erosionar la dignidad de la persona del rey sometiéndolo a presiones que, a los ojos del pueblo, le hacen parecer un vasallo y no un rey, porque hacer tal cosa, que Griñán todavía no ha hecho pero ha estado a punto, es mal negocio para el reino, para el rey y para todos sus vasallos.
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Ni para Rubalcaba ni para Griñán será fácil mantener quietas las manos y sujetas las espadas, pero están obligados a hacerlo. No les será fácil porque, como advertía Antonio Pérez en su Suma de preceptos justos, necesarios y provechosos al Rey Felipe III, siendo Príncipe, “los Príncipes viven tan sujetos al mal de la adulación que ni aun en las adversidades hay quien les diga la verdad”. Y la verdad es esta: que la tierra baldía del socialismo español no puede permitirse en estos momentos de tribulación una guerra civil cuyo ensangrentado trofeo para el vencedor no sería, por otra parte, más que humo, polvo, sombra, nada.
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