Opinión · Punto de Fisión
El retrato de Dorian Wert
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No estoy seguro de en qué siglo se instauró la costumbre de pintar un retrato de los mandamases mayores del reino y tampoco sé muy bien si lo hacían para ensalzarlos o para descojonarse de ellos. Por ejemplo, Goya pintó a la familia de Carlos IV como si estuviese filmando un documental sobre lechuzas mientras que Velázquez, algún tiempo atrás, sacó al Conde-Duque de Olivares a caballo, en un escorzo tan atrevido como para poner en primer plano el culo de ambos. Los pintores sabían de sobra no sólo con qué se gobernaba sino también cómo marchaba la economía de entonces. Más o menos como ahora.
Colgar un retrato del ex ministro Wert, en cualquier caso, parece fuera de lugar, no digamos de época. Con Wert hubiera sido más apropiado un bajorrelieve o, mejor, una pintura rupestre. A mucha gente le parece un dispendio y un disparate esta costumbre decimonónica de encargar un retrato de un ministro como recordatorio de su labor, cuando lo que intentamos, según se van, es olvidarlos cuanto antes. En todo caso, el desempeño de Wert en el ministerio de Cultura ha sido tan decimonónico que quizá el artista, Rafael González Cidoncha, debería haberlo pintado al estilo neoclásico -en plan odalisca-, romántico -ante una universidad en ruinas-, o puntillista -775.000 florecillas a un euro cada una, que era el coste de mantenimiento de sus jardines en la cancillería de París. Difuminarlo a lo Turner tal vez habría sido lo mejor de todo.
En cualquier caso una pintura del siglo XIX quizá fuese la opción más moderna para retratar a uno de los cerebros grises de un ejecutivo empeñado en devolvernos a la España de la Contrarreforma. La lástima es que el pintor, acorde con su estilo, no haya cobrado también veinte mil rupias, veinte mil reales o veinte mil maravedíes. Para evitar una pose vetusta, González Cidoncha ha sacado a Wert de medio lado, con una ligera semejanza a aquella fotografía juvenil que salió en la solapa del primer libro de Truman Capote, una foto de la que el escritor decía que, en cierto modo, estaba invitando a alguien a sentarse en su regazo. El parecido, claro está, es involuntario por lo improbable que resulta que Wert haya hojeado alguna vez un libro de Truman Capote aunque sea por la solapa.
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Al solemne acto de la colocación del retrato han sido invitados únicamente reporteros gráficos, cualquiera de los cuales pudo sacar varias instantáneas mucho más parecidas al ex ministro que el óleo e incluso que el original. También considerablemente más baratas, porque con lo que ha costado el cuadro, y tal como anda la profesión, se podían haber adquirido varios álbumes de familia repletos de fotos hasta los topes, varios jardineros de la cancillería y aun sobraba para dos o tres fotógrafos. En cambio se ha prohibido expresamente la presencia de periodistas, ante el peligro de que le hicieran alguna pregunta incómoda a Wert o, peor todavía, de que respondieran él o el retrato.
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