Opinión · Punto de Fisión
Mariano es Mariano
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Un periódico digital que empieza lo tiene muy difícil a la hora de fichar buenos columnistas, de manera que entre dar la campanada gastándose un pastón entre algunas de las estrellas de la prensa patria o llamar a Mariano Rajoy para escribir de fútbol, uno no se lo piensa dos veces. La jugada les ha salido redonda (“redonda como la pelota” podía haber escrito Mariano con su pluma inconfundible), ya que las dos columnas publicadas por el ex presidente del Gobierno han incendiado las redes, incluso entre quienes aseguraban que iban a boicotear el Mundial de Catar. Es lógico, por otra parte (hasta yo mismo estoy escribiendo de ello), porque los dos folios mondos y lirondos son para descojonarte vivo, pero lo cierto es que la gente no para de compartir las risas y el periódico recién estrenado ha conseguido el objetivo de posicionarse en el escalafón, aunque sea a base de hacer el ridículo. Así empezó también Kiko Rivera.
Del mismo modo que Kiko Rivera partía en su carrera de cantante con la ventaja de ser hijo de Isabel Pantoja, Mariano aprovecha su experiencia como presidente del Gobierno, un sitial desde el que elaboró sentencias tan inolvidables como “un plato es un plato”, “los españoles son muy españoles y mucho españoles” o “los catalanes hacen cosas”. Un eco de esas solemnes perogrulladas resuena en la prosa mariana cuando se enfrenta con la crónica futbolística: “Costa Rica es Costa Rica” o “Alemania es Alemania”. En su segunda entrega, Mariano hace un guiño sutil a estas observaciones y se atreve incluso con una sintaxis más compleja: “Hace unos días, en mi comentario, dije que Alemania es Alemania y creo que Alemania me ha dado la razón”. Si no fuese por las minúsculas, es posible que se estuviera refiriendo al periódico.
Parece que (al menos sin dopaje biológico) no se puede llegar más alto que al cargo del presidente del Gobierno, pero una y otra vez la historia nos demuestra que la presidencia es un puesto de transición desde el que optar a destinos más altos. Felipe y Jose Mari tomaron impulso para ocupar un sillón en una empresa hidroeléctrica mientras Mariano, sin olvidar su paga vitalicia y su trabajo como registrador de la propiedad, no sólo se saca un sobresueldo como empresario especializado en el alquiler de bienes inmuebles sino que ahora también aspira a la gloria literaria. Había dudas de si algún negro le escribiría esos discursos apoteósicos trufados de necedades y minucias (seguramente el mismo negro que ahora se los escribe a Feijóo), pero después de estos dos folios no cabe duda alguna: en la tribuna, en el despacho presidencial, Mariano únicamente se estaba entrenando para escribir sobre fútbol. Por eso sus lecturas se reducían al Marca, un periódico que estudiaba igual que otros políticos estudian a Cicerón, a Pericles o a von Clausewitz.
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Es muy posible que en su debut Mariano haya inaugurado un nuevo género de columnismo deportivo: el chapapote. Con esas frases cortas y planas, esos pensamientos de cajón y ese léxico de dar pena, recuerda los consejos de esas escuelas de escritura devotas de Raymond Carver en las que aconsejan adelgazar la prosa hasta la anorexia, un minimalismo expresivo en el que un gato es un gato, un perro es un perro y para qué le vas a dar más vueltas. Por momentos da la impresión de que obedeciera a rajatabla las instrucciones de aquel director de periódico que le decía al redactor: usted ponga un sustantivo y a continuación un verbo, pero cuando vaya a poner un adjetivo, me lo consulta.
Así, casi sin darnos cuenta, acabamos comprendiendo que hemos tenido al frente del gobierno durante un porrón de años nuestra propia versión de Sun Tzu: “Ataca a tu enemigo cuando no esté preparado, aparece cuando no te esperan”. O bien: “Hemos dado la talla y ahora hay que ver qué es lo que va a ocurrir”. O bien: “Si te enfrentas a un luchador más fuerte que tú, debes moverte más rápidamente que él, y si te alcanza, que Dios te ayude”. Es prácticamente imposible distinguir cuál de estas frases es de Sun Tzu, cuál de Les Luthiers y cuál de Mariano. Su apelación final al optimismo evoca esa sabiduría zen de la que tan necesitada está la selección, la afición y no digamos la sociedad española en general: “Es igual, hay que ser optimista, porque ser cualquier otra cosa no sirve absolutamente para nada”. Por algo decía Chesterton, por boca del padre Brown, que si alguna vez se le ocurriera la barbaridad de matar a alguien, sería a un optimista.
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