Opinión · Del consejo editorial
Los plazos de Obama
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En las últimas semanas, y como era de esperar, han proliferado las consideraciones sobre lo que el recién elegido presidente de Estados Unidos, Barack Obama, se dispone a hacer. Mucho se ha hablado, así, de la condición del equipo gubernamental del que Barack Obama ha decidido rodearse, con una mención omnipresente al carácter más bien técnico y académico de sus integrantes, en intuible detrimento de los cambios radicales que algunos auguraban.
Las disputas se concentran ahora, sin embargo, en los plazos que Barack Obama ha decidido aplicar al despliegue de algunos de sus compromisos más sonoros: la retirada militar de Irak, por un lado, y el cierre del complejo carcelario de Guantánamo, por el otro. Con respecto al primero, el presidente recién elegido parece coquetear con la perspectiva de retrasar la fecha final del repliegue de los contingentes militares. Aunque nadie en su sano juicio negará que la operación correspondiente es compleja, tanto más cuanto que de por medio despuntan percepciones muy distintas entre los agentes locales afectados, lo cierto es que el escenario se presta, con lógica implacable, a interpretaciones malévolas.
Una de ellas es la que sugiere que Barack Obama y su equipo han decidido tomarse su tiempo a efectos de garantizar que la retirada de los soldados no implique un menoscabo mayor de los intereses geoestratégicos y geoeconómicos que Estados Unidos blande en Irak.
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De ser así, y pese a lo que tantos esperaban, el aliento de las grandes empresas norteamericanas del complejo industrial-militar, de la construcción civil y, naturalmente, de la energía, seguiría pesando poderosamente en las políticas que se dispone a abrazar el nuevo presidente.
Pero si en relación con la retirada de Irak es inevitable reconocer las dificultades materiales que arrastra, la sugerencia de que habrán de transcurrir dos años para que el cierre de la cárcel de Guantánamo se haga realidad ha disparado muchas alarmas.
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El recordatorio de que los desafueros de la política de George W. Bush han dejado al respecto un legado de problemas de difícil solución en modo alguno puede convertirse en excusa que permita diferir en el tiempo una decisión que en sí misma sólo reclama de una firmeza que, de no hacerse valer, pondrá en un brete la credibilidad toda del proyecto de Barack Obama: la de cerrar inmediatamente la cárcel y poner en manos de la justicia ordinaria a los detenidos o, en su caso, liberar a aquéllos de entre estos cuya relación con hechos delictivos no haya podido demostrarse.
No está de más recordar que todas las discusiones que afectan a los proyectos de Barack Obama tienen como meollo aberraciones que cobraron cuerpo al amparo de las políticas abrazadas por George W. Bush.
Faltan las noticias que den cuenta de cómo el nuevo presidente se dispone a transcender ese ámbito acotado. Una de ellas, sin ir más lejos, es la que bien haría en poner sobre la mesa la decisión de cerrar con urgencia la cárcel de Guantánamo y de desmantelar, de paso, una instalación militar, el propio Guantánamo, que huele al imperialismo más añejo.
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