Opinión · El dedo en la llaga
Idos en un reactor
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Quizá no sea el día más adecuado para decirlo, pero yo, puesto a ir de aquí para allá y tratándose de largas distancias, prefiero viajar en avión. No es un capricho arbitrario. Las estadísticas establecen con claridad que el transporte aéreo es comparativamente mucho más seguro que el realizado por medios automóviles, privados o colectivos. Los ferrocarriles están muy bien desde muchos puntos de vista, pero no son demasiado prácticos cuando hay que desplazarse a otros continentes y recorrer miles y miles de kilómetros. La objeción que me pone una amiga (“Sí, pero si vas en coche, por lo menos tú controlas la situación”) me parece objetable por los cuatro costados: ni todos los que viajan en el coche controlan lo que sucede, ni está nada claro que el propio conductor se controle a sí mismo. Un buen amigo mío que es piloto de Iberia, cuyo nombre no daré para no ponerlo en el compromiso de reconocer que en una ocasión me permitió ir con él en la cabina durante un viaje (y de admitir que es amigo mío), me mostró que en los grandes aviones comerciales de hoy en día casi todo está regulado, previsto, estudiado, milimetrado.
He dicho casi todo. Casi. Es imposible eliminar el azar. Todo, por mucho que se revise, puede fallar por razones inesperadas, impensables. Así funciona el aprendizaje humano: los errores nos aleccionan.
Lo sucedido ayer en Barajas fue un desastre. Pero a nadie se le oculta tampoco que a lo largo de un solo mes, si es que no en un par de semanas, las carreteras españolas registran un número de víctimas mortales muy superior al contabilizado hace escasas horas en el aeropuerto de Madrid. ¿Cuál es el problema? ¿Que, como los del tránsito rodado fallecen en orden disperso, solos, o de dos en dos, o de tres en tres, sus familiares son menos merecedores de solidaridad, de lástima, de apoyo psicológico, de atención del presidente del Gobierno, de la conmiseración de la Casa Real? ¿Hay que hacer bulto para salir en la foto?
Dicho lo cual, tengo demasiados amigos y amigas que vuelan cada dos por tres entre Las Palmas y la Península como para no haber sentido un escalofrío al conocer la noticia.
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