Opinión ·
Manual de reconstrucción de un imperio
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Ya vale de hablar de Putin como del nuevo zar ruso. La palabra correcta es jeque y por tanto no debe extrañar que la transición en Rusia sea una mezcla de las prácticas democráticas de Occidente y los mecanismos hereditarios del Golfo Pérsico.
Putin se sucede a sí mismo. Su poder es tan grande que puede fabricarse un Estado a la medida. Rusia ya no es el enfermo de Europa y su presidente no es tan generoso como para entregar el regalo a un sucesor mucho menos popular que él. ¿Por qué conformarse con ser un rey en la sombra cuando uno tiene garantizado el trono por tiempo indefinido?
Rusia disfruta de unos ingresos diarios de 530 millones de dólares gracias a la producción de petróleo. En los últimos años, el rublo se ha apreciado un 25% frente al dólar. El país tiene unas reservas de 413.000 millones de dólares (las mayores per cápita del mundo) con lo que está perfectamente resguardado contra una hipotética, y poco probable, caída del precio del crudo. No todo es petróleo. Los mercados se creen la recuperación de Rusia. En los últimos seis meses, la inversión exterior se ha multiplicado por tres. La economía ya ha votado a favor de Putin.
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El precio de esa resurrección no se ha pagado en rublos, sino en democracia. Rusia es un régimen autoritario con elecciones cada cuatro años. No hay adversarios que puedan hacerle sombra a Putin. Los pocos que lo han intentado no han tardado en recibir la visita de la Policía y de los fiscales. Un puñado de periodistas y políticos se resiste a renunciar a la democracia. Lo malo no es que su seguridad esté en peligro. Es aún peor saber que su trabajo es casi irrelevante.
La televisión y los mayores periódicos trabajan para el poder. No hay ningún movimiento ciudadano que pueda sacar a la calle ni a 100.000 personas en un país de 141 millones. Los rusos están resignados a su destino. La mayoría parece creer que sólo un Gobierno fuerte puede mantener unido al país y devolver a la Madre Rusia su condición de imperio.
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Como cualquier monarca absoluto, Putin exige sumisión absoluta. A los ciudadanos rusos sólo les queda asumir el papel de súbditos.
Iñigo Sáenz de Ugarte
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