Opinión · Tentativa de inventario
Cirujanos tristes
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Ahora que tenemos de nuevo las calles, ahora que nuestra vida extramuros se ha convertido en una romería de cirujanos tristes vestidos de paisano, se vienen los encuentros. Intercambios fortuitos a pie de acera con resultados dispares. Asuntos en otro tiempo triviales como mostrar afecto, proceder a un tímido flirteo o manifestar la más profunda de las animadversiones, se tornan, con un bozal en la cara, a metro y medio de distancia y un helicóptero sobrevolando nuestros cogotes, en intrincados ejercicios comunicativos proclives al malentendido.
Nos salva el tema cultural; al ser latinos (algunos más que otros) revolvemos lo de la gestualidad con suma eficiencia, he visto a peña entregarse a contorsiones imposibles para simbolizar un abrazo ficticio o representar el calvario del confinamiento con un leve temblor de manos. Se trabaja mucho más la mirada, y la risa, tradicionalmente un buen comodín, ya no significa nada si no es estridente o va acompañada de algún tipo de evidencia corpórea. La 'nueva normalidad' nos exige ahora unos mínimos interpretativos y si me apuran un cierto histrionismo. El bozal como límite pero también como juego o posibilidad. Parecido a cuando intentamos adivinar no sé qué palabra sin utilizar una serie de vocablos. Trate de ser sarcástico con una mascarilla FFP3; el resultado puede ser grotesco.
Quizá lo mejor sea desistir y entregarse a la misantropía. Dejarse de dramatizaciones callejeras y abrazar la hosquedad que (también) somos. No es descartable que nos convirtamos en paseantes enmascarados y despachemos lo del cariño, la lástima o el perdón con una buena ristra de emoticonos. Como una masa embozada que se permite –con la impunidad que da el anonimato parcial– el lujo de ser equívoca y distante por recomendación sanitaria.
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Desconocemos en qué va camino de convertirse usted en esta primavera tan atípica; si en un mimo enmascarado o en un sociópata de libro. Celebremos en cualquier caso el silencio que nos acuna. Acudamos al progresivo desfase con el mejor (o el peor) de nuestros semblantes porque en realidad va a dar lo mismo. Asumamos que no hay mucho más, que paseamos de ocho a once por una interrupción de la vida con olor a antiséptico, como cirujanos tristes sin nada que estirpar, salvo ese paréntesis que habitamos, ese que nos recuerda todo lo que se quedó fuera.
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