Opinión · Fuego amigo
La autoridad del profesor
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José Saramago, en unas jornadas celebradas en Buenos Aires, acaba de alertarnos sobre la situación alarmante que se está viviendo en la enseñanza española. Profesores maltratados, cuando no aterrorizados por sus alumnos, en estado de depresión permanente, padres que se suman a las amenazas, alumnos que no tienen la menor intención de aprender ni de dejar estudiar a los compañeros…
Soy hermano, tío y amigo de profesores. Y todos ellos, sin excepción, describen su labor diaria como una pesadilla, donde se discute incluso si el docente debe enseñar subido o no a una tarima (parece ser una amenaza terrible para la sensibilidad de los adolescentes), donde todos los alumnos se saben de memoria sus derechos pero parecen olvidar sus deberes.
Al alumno no se le puede levantar la voz, ni expulsar de clase, a no ser que haya incurrido en delito flagrante, y si después de una especie de tribunal de profesores se decide su expulsión, ésta no puede exceder de 29 días. Al término de esa vacación forzosa vuelve como un héroe a ojos de sus compañeros.
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No importa que el alumno sea un cafre, un vago o un imbécil clínico, él sabe que aunque suspenda pasará curso, en una especie de promoción automática “por imperativo legal”. Mediante tan ingenioso sistema, el resto del alumnado debe ponerse a la altura que le corresponde, o sea, al ritmo de los mediocres e indeseables, para que estos no se sientan abandonados en su inmensa necedad. Así, todos iguales. Como resultado, pueden llegar a las puertas mismas de la universidad después de acumular una vastísima ignorancia, tras haber rebajado la calidad general de la enseñanza en todas las aulas por las que han vegetado.
Todo ello es el fruto de una de las reformas educativas más incomprensibles del PSOE, alimentada por un mal entendido sentido del principio de autoridad. Hay una izquierda de manual que considera que el ejercicio de la autoridad es el reflejo de la represión, y que la represión es castrante para la inteligencia del alumno. Fueron tantos años de represión política que acabamos confundiendo el culo con las témporas. Olvidar que el profesor necesita estar investido de la “auctoritas” ante sus alumnos es no comprender el mecanismo de la enseñanza y del aprendizaje.
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Creo que es urgente un gran pacto en la enseñanza, con todos los partidos sentados a una mesa. De lo contrario, en tan solo una generación más, la universidad podría ser asaltada por hordas de cafres titulados que exigirán ser médicos, ingenieros, abogados, arquitectos o informáticos por la cara, por el curioso método de la promoción automática.
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