Opinión · Punto y seguido
Gabinetes rosas, negros e incoloros
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Cuando Berlusconi se disculpaba por los comentarios sobre el color rosa del Gobierno de Zapatero, cometiendo otras impertinencias, recordaba a aquel bufón que le tocó el trasero a su rey mientras este subía las escaleras del palacio. “¿Pero cómo te atreves?”, increpó el monarca. “¡Majestad, pensaba que era la reina!”, respondió el bufón. Berlusconi aparte, sus palabras revelan hasta qué punto la política sigue siendo el feudo de los hombres. Antiguamente, diosas que presidían los cielos fueron eliminadas en favor de varones profetas de carne y hueso que santificaban el dominio del hombre sobre la mujer, estafada con eso de que “detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer”.
La mera presencia de una mujer en un Gabinete es un triunfo social, aunque no siempre implica un avance en los derechos de la mujer. A menudo se trata de retoques políticamente correctos, como asignarles carteras femeninas de Sanidad o Educación sin transformar la relación entre mujer/ Estado. Aún hay casos peores: Sarkozy hizo ministra a la líder de una organización feminista de los suburbios para desactivar el movimiento y Ahmadineyad maquilla su Gobierno archimachista y de dudosa legitimidad, con una ministra ultraderechista, férrea defensora de la discriminación de la mujer. Otras veces, los clanes de poder utilizan a esposas o hijas de políticos para llevar a cabo sus propios objetivos: Benazir Buttho o Violeta Chamorro. Esto ocurre mientras la gran parte de las mujeres padece discriminaciones legales, económicas, culturales y políticas.
Otro factor importante es el programa de la mujer política o el del hombre político. Meri Ilich, la escritora serbia, propone la genial medida de que cada ministerio esté gestionado a la vez por un hombre y una mujer, a fin de confluir enfoques y sensibilidades. El techo de cristal y la vara más alta para medir la capacidad de una mujer hacen que la supuesta “igualdad de oportunidades” para todos y todas se desmorone en el seno de sistemas que poco espacio dejan para su participación política. La discriminación positiva, un reparto justo de las riquezas y una revolución cultural contra las concepciones patriarcales, paliarán la subrepresentación femenina en el poder. Una democracia sin paridad no es democracia.
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